Si pensamos en lo que significa un milagro, quizás la primera idea que se nos viene a la cabeza es la de algo que consideramos imposible de suceder, pero que de pronto sucede, y para lo cual no tenemos una explicación racional, científica.
Cuando en el Nuevo Testamento leemos el relato de la resurrección de Lázaro, vemos que este se encontraba muerto hacía ya varios días, estaba enterrado y para los curiosos era inaudito siquiera pensar que su tumba se abriera. Pero cuando Jesús les ordenó a los testigos mover la piedra, estos, pese a la resistencia que sentían, dada la experiencia que habían tenido con la muerte y las personas enterradas, era que aquel mandato no tenía sentido. No obstante, movieron la piedra. ¿Por qué? ¿Curiosidad, tal vez? ¿O acaso cierta nimia y lejana credulidad que les hacía pensar que, si aquel hombre ya había realizado obras difíciles de creer, tal vez podía efectivamente hacer que un hombre reviviera? Finalmente, Jesús le dio la orden a Lázaro de que se levantara. Y este lo hizo. Debía estar todavía amortajado, y tener los ojos cerrados y los labios pegados y rugosos. Para todos aquellos que veían lo que ocurría frente a sus ojos, aquello era imposible. Pero lo estaban viendo. Solo que no lo podían explicar. Solo quienes se habían aferrado a la fe de que Jesús podía resucitar a aquel hombre aceptaron el hecho y agradecieron a Jesús sin más.
¿Qué significa entonces la fe en los actos milagrosos?
Quizás la respuesta a esta pregunta nos la da la escritora Jurieth Bermúdez en su libro Una experiencia de milagros, donde nos cuenta una historia en la que unos alegres padres, Camilo y Rosario, apenas un día después de llevar a Paola, su recién nacida, a la casa, empiezan a sentir el peso de lo que significa ser progenitores. La pequeña presenta un color amarrillo en todo su cuerpo, y síntomas de malestar. El padre, con una cuñada, levan a la niña a la clínica, en tanto que la madre, aún convaleciente por el embarazo, permanece en reposo en cama. Lo que no sabían los desprevenidos y acuciosos acudientes de la bebé era que ese día iniciaría un largo camino que, durante 53 días, los llevaría a perder la fe y a volverla a recuperar y, finalmente, a aferrarse tanto a ella que, al final, sería lo que salvaría a la niña.
La fe es la creencia ciega en que algo que no vemos, que no sabemos cómo sucederá, que nunca podremos explicar, en algún momento, que tampoco sabemos cuándo llegará, se materializará.
Cuando pensamos en que a la noche le sigue el día y por tanto a la oscuridad la cubre la claridad, para muchos se trata seguramente de un fenómeno inexplicable, pero hoy sabemos que se debe a la rotación de los planetas alrededor del sol. No hay, pues, milagro en el hecho de que después de cada noche vuelva a amanecer. Pero si los médicos de un prestigioso centro de salud, que lidian a diario con la vida y la muerte y gracias a la ciencia logran arrebatarle a la muerta muchas vidas, un día te dicen que la vida de tu hija está en manos de Dios (porque desde el punto de vista médico no hay nada qué hacer), aunque tengas mucha fe en Dios te sientes desfallecer. Pero ¿por qué? Quizás porque, a fin de cuentas, ¿quién es Dios?, ¿dónde está cuando más lo necesitamos?, ¿cómo sabemos si actuará o no a favor nuestro en un momento determinado?
Pues es ahí donde Jurieth Bermúdez, en su novela Una experiencia de milagros, nos dice que para ver a un ángel, los enviados de Dios, solo debes mirar el alma de otra persona. Y es que Dios, ese Dios que a menudo nos quejamos de no ver, está en todas las situaciones en las que alguien nos da una mano, un bocado de comida o una simple palabra de aliento; o tal vez nos dona una gota de sangre, o nos cubre en una noche de cansancio en la que ya no nos sentimos capaces de velar por nuestro ser querido, o simplemente parece cargarnos hasta la meta de una labor cuando, pese a que ya creemos no ser capaces, damos los últimos pasos sin saber cómo ni por qué.
Milagros, ángeles, Dios.
Desde que nacemos empezamos a transitar un largo camino que no sabemos a dónde nos llevará. Muchos, incluso con frecuencia, piensan que no han hecho nada en la vida, o que han hecho poco. Pero quizás lo que realmente ocurre es que no se han tomado el tiempo para darse la vuelta y mirar atrás, ver el camino recorrido, y darse cuenta de que por corto que sea eso que han hecho, es mucho lo que se ha logrado. Y entender que eso que hemos alcanzado, no lo hemos logrado solos, que lo hemos podido tener gracias a padres, hermanos, hijos, amigos, incluso gente desconocida que simplemente pasa junto a nosotros y nos da una palabra de aliento o una palmada en el hombro antes de continuar su propio camino, estimulándonos a seguir. El verdadero milagro es la vida misma. Los ángeles somos los mismos seres humanos. Y Dios… la fuerza y la energía que nos mantiene cohesionados como humanidad, a pesar de todo. Tal es el mensaje final de Una experiencia de milagros.
Dios existe, y los ángeles, y los milagros. Solo debemos dejar a un lado creencias ciegas en tradiciones y culturas que no comprendemos y nunca hemos sabido explicar, y darnos cuenta de que Dios es cada uno, para sí mismo y para los demás, ángel es cada uno, para sí mismo y para los demás, y milagro es todo lo que sucede en el ámbito de la vida, pero debemos creer en él, en el milagro, respetarlo, esperarlo, y agradecerle cuando se presente, sin dudar nunca de que lo es, y de que puede volver a suceder cada vez que lo queramos.
Una experiencia de milagros, la narración que nos regala la escritora vallecaucana Jurieth Bermúdez, es un bálsamo de paz en un mundo de convulsiones, una nota de esperanza en una botella lanzada al mar, convencido quien la arroja de que al otro lado, en algún lado, alguien la encontrará, y, después de leerla, vendrá en nuestro auxilio.
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Albeiro Patiño Builes
2 comentarios en “Una experiencia de milagros: sobreviviendo entre lo divino y lo humano”
Muchas gracias Albeiro por esta hermosa reseña de mi libro, encantadísima de estar en tu equipo.
«Una experiencia de milagros» es una obra que te invita a analizar cosas inexplicables, aquellas que cuando ocurren te dejan sin habla, pero que al mismo tiempo regocijan el alma y el ser. Felicidades a Jurieth, por traer sobre la mesa un tema con múltiples artistas de reflexión! Enhorabuena.